popa Onas

Finalmente, al cabo de tres meses largos de cabotaje entre la Costa catalana y las islas Baleares y de una semana de espera paciente, hemos aprovechado una ventana meteorológica, entre las ponentadas y los aguaceros de este otoño tan otoñal, para cruzar el mar Balear desde Maó y recalar en el puerto de Badalona, nuestra base de invierno. En esta última travesía, acompañado por mi hermano, el velero Onas ha demostrado, a pesar de la mar gruesa y los vientos ligeros, lo bien que navega … y que rápido!, me cae la baba. Con el barco bien amarrado, cansado y satisfecho puedo repasar, ahora sí, lo que sin lugar a dudas ha sido un verano diferente. Antes que nada quiero agradecer a todos los que a pesar de las incertidumbres provocadas por la situación de pandemia y crisis económica ha decidido hacer las vacaciones en el velero Onas.

Gracias !!

Gran compra
Gots personalitzats
Bruna cuina

Como todo el mundo, el coronavirus nos ha obligado a hacer cambios. Después de 15 años cruzando el Mediterráneo de punta a punta, proponiendo cada temporada destinos diferentes en Grecia, Italia, Croacia o Túnez este año hemos navegado por la costa Catalana y las islas Baleares. Son lugares que amamos particularmente y que conocemos muy bien, recalamos cada año, pero hacía mucho tiempo que no eran nuestro destino principal. No ha sido la única novedad: Ana, copatrona y cocinera del velero Onas se ha quedado en tierra ya que como enfermera prefirió seguir en el CAP donde no podían prescindir de nadie. Ha sido Bruna, mi hija, flamante fotoperiodista, navegante experta y monitora de vela quien me ha acompañado en los periplos veraniegos. Cuántos retos !!

Así pues, después de tres meses de confinamiento, el mes de junio volvimos a navegar por las aguas próximas al municipio, por las de la región sanitaria después y finalmente por toda Cataluya. Recuerdo especialmente que en estas primeras salidas de mañana, de día o de fin de semana con pequeños grupos familiares mirábamos, todos, de aprovechar apasionadamente la recuperada libertad y el contacto con la naturaleza después de tantos meses de enclaustramiento.

Navegació familiar

Una vez finalizado el estado de alarma, sin limitaciones, pero manteniendo las medidas preventivas recomendadas por el gobierno de Cataluya, iniciamos las travesías de diez días a las islas Baleares. En los primeros viajes navegamos hacia Ibiza y Formentera. Las travesías fueron casi todas a vela, muy rápidas, con una situación persistente de levante que se extendió casi hasta mediados de agosto. Estos vientos no encuentran tierra que los pare desde Córcega y Cerdeña y cuando llegan al mar Balear arrastran una marejada considerable. Por eso no pudimos visitar las islas Columbretes pero lo compensamos con una fantástica e inesperada cena en Benicarló después de haber zarpado de madrugada de Ibiza, en un caso y con una exploración, guiada por dos grandes conocedores de la costa de Tramuntana de Mallorca, en el otro. Incluso nos descubrieron una gran ancla romana en perfecto estado de conservación. Los primeros días, sobre todo en Mallorca, tuve la agradable sensación de volver al siglo pasado, ya que en las calas sólo había embarcaciones locales, los puertos estaban tranquilos, los turistas no estorbaban … Una situación económicamente catastrófica o, tal vez, la oportunidad para abandonar el monocultivo turístico tan extractivo y degradante.

En Ibiza tuvimos que evitar el puerto, que estaba vacío, por los precios imbéciles de las marinas. Una lástima, nos hubiera gustado dar un paseo por Vila sin animalejos nocturnos, pero disfrutamos de las fantásticas puestas de sol en Portroig, donde Héctor, mi hermano, maestro y patrón profesional, nos llevaba a cenar bajo las estrellas en Can Berri, un oasis de paz en medio de la isla. También anclamos en las aguas increíblemente claras de Illetes, en Formentera, donde hicimos una sardinada a bordo, paseamos por las playas de arena blanca de Espalmador y fondeamos en las calas salvajes del norte de Ibiza pasando por el impresionante estrecho de Es Vedrà. A finales de julio, sin embargo, la industria náutica balear estaba rindiendo ya a plena potencia y las calas empezaron a llenarse de veleros de charter garrulo y superyates ostentosos con juguetes ruidosos. Tocaba marchar hacia latitudes más acogedoras, además, la situación del Covid 19 empeoraba en Catalunya y empezamos a recibir solicitudes de anulación tanto de los tripulantes que no se atrevían a viajar como de los que no les parecía bien las medidas que tomamos a bordo del velero Onas. Una circunstancia complicada para todos que fuimos solucionando día a día y caso a caso tan bien como supimos.

En el primer viaje de agosto, forzados por una persistente tramontana seguida del paso de un frente frío, decidimos no ir a Menorca y navegar hasta la Costa Brava en la que sería una de las mejores travesías de la temporada. Si hacía años que no navegábamos por Baleares en los meses centrales del verano, hacía décadas que no lo hacíamos en casa. Fue una experiencia fantástica que repetiremos. Durante estos diez días remontamos la costa del Maresme hasta Blanes, tuvimos que ceñir a la tramontana del Empordà para llegar a la bahía de Palamós y cuando el viento del norte amainó, el Garbí nos impulsó, potente, hasta el golf de Roses. Hicimos una sardinada a bordo en Port Lligat, doblamos el cabo de Creus con el mar como un plato y nos bañamos cerca de las rocas de cala Culip. Pasamos unos días en «el mar dalt» hasta el Port de la Selva y el fondeadero privilegiado de cala Garvet donde nuestros tripulantes cocinaron un, muy adecuado, «Mar i muntanya» para chuparse los dedos. En la ruta de vuelta recalamos en las calas y puertos que no habíamos visitado hasta entonces como cala Montgó o Ses Ulleres, vimos el Barça en l’Escala, pasamos las islas Medes en una niebla espesa y recalamos de nuevo en Badalona en la madrugada del último día .Vale la pena conocer la Costa Brava desde el mar incluso en el pico del verano ya que no tuvimos ningún problema para encontrar lugar en puerto siempre que fue necesario, pudimos fondear en algunas de las calas más espectaculares del litoral catalán … y bebimos mucho cava!

Desde nuestra base de Badalona al principio y desde el Puerto de Pollença, en Mallorca, después, navegamos hacia Menorca en viajes de diez días hasta mediados de septiembre. Tengo una muy especial estima a Pollença, ha sido muchas veces una escala acogedora para esperar que calmaran los temporales de norte antes de hacer vía hacia Barcelona. El fondeadero es excelente, el puerto seguro y la bahía, rodeada de montañas, impresionante. Me gusta hacer la caminata del atardecer junto a los antiguos palacetes a pie de playa, pasear entre las casas tan bien conservadas de Pollença, encargar la ensaimada en can Payeras y comer frit mallorquí en ell café Moixet. Encontramos allí todo lo que necesitámos para cada cambio de grupo: lavandería, supermercado, pescadería, ferreterías, tiendas de repuestos y, según Bruna, el gasolinero más guapo de todo el litoral. Menorca es mi isla favorita, he vivido allí, tengo buenos amigos, he dado la vuelta a la isla en velero más de un centenar de veces y la gente del mar nos conoce. Sólo hizo falta ponernos un poco al día, con la ayuda inestimable de Eva del Trinidad. Gracias Eva!

Cada diez días zarpábamos de Pollença para cruzar el canal de Menorca, directamente, o con escala en cala Ratjada si los vientos del este eran excesivos. Muchos de nuestros colegas prefieren embarcar y desembarcar en Maó, a nosotros nos gusta más vivir la experiencia de las travesías en alta mar y recordarnos que el velero no es sólo un apartamento a primera línea de mar. Aprovechamos los vientos de gregal, mistral y tramontana para anclar el sur de la isla y recorrer la costa norte, más recortada, con vientos de los otros cuadrantes. A vela, siempre que fuera posible, navegamos de cala en cala, evitando las más masificadas y pasando noches en lugares como Son Saura, con aguas increíblemente claras, Trebaluger, con un río que desemboca en la playa y una cueva sumergida secreta o en la necrópolis neolítica de Cala Coves. En la illa d’en Colom hacíamos la excursión de la tarde a Sa Torreta mientras Bruna preparaba las sardinas a la barbacoa y los mejillones al vapor, vivímos la emoción de entrar a vela por el estrecho paso de la gran bahía de Fornells o doblar el faro de Favàritx. Buscábamos rayas, meros y morenas en los arrecifes de Cala Pilar o íbamos a visitar el poblado talayótico de Trepucó, cerca de Maó.

A finales de agosto una impresionante tormenta provocó tornados y daños importantes en la costa de tramontana, previsores, nos pilló en puerto y bien amarrados. Se anunciaba ya el fin del verano, Bruna marcó a resolver trámites universitarios y Ana aprovechó las vacaciones del CAP para echarme una mano, saciar las ganas de mar y dar una vuelta a Menorca a bordo del velero Onas.

Recuperada la pubilla como tripulante titular, con la isla prácticamente vacía de turistas y tiempo incierto, emprendimos la única vuelta completa a Mallorca de esta temporada. Alternando anclajes desiertos como Canyamel o cala Mondragó en la costa de levante, la grandiosa playa de Es Trenc en el sur, o la Foradada a los pies de la sierra de Tramontana y pueblos como Porto Colom, Andratx o Sóller. Recuerdo especialmente una espectacular navegada con spinnaker hasta el parque nacional del archipiélago de Cabrera y los días que pasamos en el parque. Fuímos la excursión al faro de punta Anciola acompañados de un biólogo y compartimos la sorprendente historia del archipiélago habitado esporádicamente desde la antigüedad por monjes, pescadores, piratas y prisioneros de la guerra del francés hasta que fue declarado parque nacional en 1991, un proceso obstaculizado por el ejército español. Nos impresionó encontrar en el pequeño puerto de Cabrera dos pequeñas embarcaciones interceptadas, pocos días antes de nuestra llegada, en el que una treintena de personas habían navegado desde el norte de África huyendo de la miseria. Mientras nosotros tomábamos una cerveza en la terraza de la pintoresca cantina ellos se encontrarían ya en un CIE. La lotería de nacer a un lado u otro del Mediterráneo.

Continuamos el viaje hacia el norte navegando hasta la bahía de Palma y fondeando en Portals Vells. Desde Andratx, donde Bruna dice que se come la mejor ensaimada, pasamos el estrecho de la Dragonera y navegamos bajo la impresionante sierra de Tramuntana con una escala en el puerto natural de Sóller. Aprovechamos para subir a visitar el pueblo en el pequeño tren y doblamos, finalmente, el extremo norte de la isla, el cabo de Formentor para recalar de nuevo en Pollença.

A finales de septiembre mi hijo Jan y un compañero vinieron a acompañarnos en la travesía de vuelta pero preferiremos navegar hasta Menorca y disfrutar de unas vacaciones familiares por la costa norte antes de que entrara la poderosa mistralada que pondría fin, definitivamente, a este verano tan diferente. Creo que hemos salido bastante bien. Hemos podido mantener el programa previsto adaptándolo a la meteorología y las necesidades sanitarias sin demasiados contratiempos, hemos navegado mucho a vela y hemos disfrutado de la vida a bordo del velero de julio a septiembre. En el ámbito personal ha sido un privilegio poder compartir el verano con mi hija. Ha sido muy divertido y no era fácil aguantar el ritmo de un trabajo tan intenso, convivir tanto tiempo en un espacio pequeño o repartirnos unos papeles que Ana y yo teníamos perfectamente definidos. Gracias Bruna!

De todos modos, el inicio tan tardío de la temporada y la bajada de precios ha supuesto una reducción muy importante de la facturación anual. Nos encontramos en una situación económica complicada. Habrá que ver ahora si podemos aguantar y si acertamos los cambios que estamos preparando para la temporada próxima.

Sea como sea cuidémonos.