Ante todo quiero agradecer a todos los tripulantes el respeto a las medidas tomadas durante las dos últimas temporadas para prevenir la Covid 19. No se ha producido ninguna transmisión de la enfermedad a bordo. Muchas Gracias.
Empecé a escribir estas líneas en la mesa de cartas de Onas, recién amarrado en el puerto de Badalona. Saboreando el recién estrenado silencio y soledad. Habían pasado cuatro meses largos de actividad continua, de intentar cumplir las expectativas de cada tripulante y velar por la seguridad de todos. Para los de nuestro gremio el otoño es la época más tranquila del año. Si la temporada ha ido bien… ¡perfecto! Lo celebramos y persistiremos. Si no ha ido tan bien… Trataremos de corregir y hacerlo mejor el próximo año… Sea lo que sea tenemos tiempo para descansar, cuidarnos y cuidar nuestras embarcaciones. Todas necesitamos un poco de pintura aquí o allá, un repaso de las costuras en el velero o sustituir una pieza estropeada… pero ya no hay urgencias.
Después de casi treinta años navegando por todo el Mediterráneo y el Caribe, estos dos últimos veranos hemos navegado por las Islas Baleares. En 2020 la pandemia me hizo suspender la vuelta a Grecia a toda prisa y ofrecer un programa alternativo. Este año no me atreví todavía a volver al país Heleno. Propuse, pues, volver a navegar por Mallorca, Menorca y las Pitiusas.
Aunque cada primavera y cada otoño recalo en Menorca yendo o viniendo de la otra punta del Mediterráneo, llevaba muchos años sin pasar los meses de julio y agosto navegando en las islas Baleares. Tenía muchas ganas. Más de una vez, cansado después de una travesía difícil o tratando de solucionar problemas donde Cristo perdió el gorro, me había dicho: ¡El año que viene me quedo en casa!! Casa eran siempre las islas en las que aprendí el oficio. Desde principios de julio, después de un par de periplos por todas las Islas Baleares (esta es otra crónica) hemos zarpado de Pollença una semana tras otra para emprender una vuelta a Mallorca y once vueltas a Menorca.
El primer día de cada travesía, una vez embarcado el grupo y hechas las presentaciones y explicaciones de rigor enfilábamos hacia la boca de la gran bahía y dejábamos a babor al majestuoso cabo de Formentor recitando los versos de Costa y Llobera que tan bien canta Maria del Mar Bonet y recita a mi madre.
Mon cor estima un arbre! Més vell que l’olivera
Més poderós que el roure, més verd que el taronger
Conserva de ses fulles l’eterna primavera
I lluita amb les ventades que atupen la ribera
Com un gegant guerrer.
Pasado el gran peñasco reforzaban el viento y la marejada de gregal (NE). Contrarios, todo el verano, rigurosamente, cada siete días. Una prueba para los estómagos de los tripulantes de Onas. Sin embargo, en estas condiciones el casco de mi querido velero corta las olas como si nada y pudimos hacer casi todas las travesías a vela, a menudo muy escorados y ciñendo a rabiar durante más de seis horas hasta ponernos al abrigo del cabo de Artutx, ya en Menorca. Cansados, satisfechos y salados. Con estos vientos es un placer navegar y fondear en el sur de la isla. No soy, claro, lo único que lo sabe y las calas más populares como Son Saura, Macarella o Cales Coves se saturan en los meses de julio y agosto, pero hay opciones si conoces un poco la costa y sabes dónde echar el ancla.
Cuando el tiempo cambiaba a sur cruzábamos las aguas turquesas del freu de la Isla del Aire y enfilábamos hacia la gran bahía de Mahón. Me encanta entrar a vela, silenciosamente, navegando entre los restos del Castillo de San Felipe, la fortificación que los británicos destruyeron antes de entregar la isla a los españoles, la isla del Lazareto y las bonitas casas de Es Castell. Gestionando con pericia local las roladas de viento para pasar la isla del Rey donde ancló la escuadra catalana que conquistó la isla y amarrar finalmente a la acogedora Marina Mô Llevant. Aprovechábamos para comprar fruta, verdura y pescado, cargar agua, ducharnos a gusto y tomar una birra con Àlex, mi amigo de la infancia. Si podía, me escapaba hasta Trepucó, uno de mis monumentos prehistóricos preferidos y, si los tripulantes querían, íbamos a cenar fuera.
Al día siguiente doblábamos el cabo de la Mola y poníamos proa a la illa d’en colom, a menudo con vientos portantes que nos permitían izar el spinnaker y llegar a comer a cala Tamarells donde nos esperaba Eugeni para ayudarnos a tomar una boya. No se puede anclar, es una pradera de posidonia y uno de los mejores fondeaderos de las islas Baleares: Amplio, seguro con cualquier viento excepto los del primer cuadrante, con pequeñas calas y bahías de aguas extremadamente claras. A menudo bajábamos a pasear, a la playa o a contemplarr la magnífica puesta de sol desde sa Torreta.
Los siguientes días recorríamos el norte de la isla dejando a babor los tres grandes cabos: Favàritx, Cavalleria, y Punta Nati. Esta costa puede ser muy peligrosa con vientos del norte pero es más fácil de gestionar que el sur, existen más alternativas para anclar y pasar la noche. Hacíamos siempre una parada en la gran bahía de Fornells. Navegábamos a vela tanto como podíamos y disfrutaremos de agradables sobremesas nocturnas anclados en cala Pregonda, Pilar o Algaiarens después de zamparnos una buena fideuá o un arroz negro cocinado a bordo. En julio y agosto era casi imposible encontrar amarre en el puerto de Ciutadella. Alternativamente solíamos pasar la última noche, casi solos, sobre las aguas turquesas de S’Amarrador o S’Aigua Dolça, en la costa de poniente y al día siguiente zarpábamos temprano hacia Mallorca. A pesar de cruzar cada semana el canal dos veces no hemos tenido mucha suerte con los avistamientos: Algún pez espada, pocos delfines, ninguna tortuga… demasiada marejada para ver nada, seguramente. Después de esta travesía, con mar y viento favorable, a menudo más plácida que la de ida, el grupo desembarcaba en Pollença o Alcúdia a primera hora de la tarde cargado de experiencias y recuerdos. A Reveure amics!!
Empezaba entonces el trabajo para preparar la próxima travesía: limpieza, lavandería, compras, reparaciones.. (Agradecido a Joan Gallifa, rigger, por traerme las piezas que necesitaba. A Eva Octavio, la patrona que mejor conoce el isla por los consejos y el cariño)… Solo, acompañado de mi hija Bruna en agosto. (Ya es fotoperiodista, trabaja para una de las agencias más importantes del mundo) o con la ayuda de buenas amigas en algunas semanas de julio (Elena, elegante y experta navegante, Gemma, amiga de infancia, divertida y apasionada). ¡Gracias chicas!! Así, una semana tras otra hasta que, como cada año, septiembre vació las islas de veleros, el tiempo se complicó, vino mi hijo Jan (¡gracias! el pequeño accidente doméstico habría sido un problema sin su serenidad), pescamos y llegó el otoño.
Volveré a las islas Baleares, a menudo, seguro. Las quiero, tengo familia y amigos allí. pero no sé si volveré a realizar la temporada allí. He terminado un poco harto de superyates, de escandalosos, de ser vejado demasiado a menudo por hablar catalán. De ignorar las 100 pateras con 1500 personas interceptadas este verano
El próximo año quiero poner proa a levante e ir lejos, muy lejos. Cruzar el Mediterráneo hasta Estambul, surcar el Egeo y el mar Jónico. De momento seguimos navegando cada semana, haciendo cursos de mantenimiento, preparando el velero Onas para las próximas singladuras, estudiando griego.
Ya está en la web el programa completo para la temporada 2022.