I a vegades ens en sortim
I, a vegades, ens en sortim
I, a vegades, una tonteria de sobte ens indica que ens en sortim
I, a vegades, una carambola de sobte ens demostra que ens en sortim
Manel
A principios de julio cruzábamos el estrecho de Bonifacio, el canal que separa las islas de Córcega y Cerdeña. Era el final de las travesías que nos habían llevado a Cerdeña con un cambio de tripulación en Niza. Pasaríamos los meses siguientes, hasta mediados de septiembre, navegando por allí. Sin lugar a dudas, una de las zonas más interesantes del mundo para navegar a vela, descubrir anclajes despampanantes y disfrutar de la vida a bordo del velero.
Unos días más tarde, recalamos en Olbia. Lamentablemente, necesitaba que me viera un médico. Después de semanas de tos, estaba alarmado por la fiebre y el cansancio de los últimos días. No fue fácil, pero gracias a la ayuda de Giorgio, del pequeño Circolo Nautico donde solemos amarrar, me visitó a su cuñado y médico personal. Tenía una pulmonía grave, el venerable doctor prescribió, un cóctel de antibióticos y veinte días de reposo… Era la ruina, me cayó el mundo encima.
Intenté encontrar, infructuosamente, a un sustituto. Angustiado, contacté con los grupos que tenían reservas para las próximas semanas para hacer los cambios imprescindibles, no estropear del todo las vacaciones a nadie y retomar la actividad lo antes posible, les agradezco la comprensión y la paciencia. Vinieron a cuidarme, semana a semana, mi amiga Sonia, mis hijos Bruna y Jan, y Anna, mi compañera. Dejando trabajos y obligaciones, me acompañaron al médico, aprendieron a poner inyecciones y a hacer posible que me repusiera. No fué fácil, en plena temporada de verano en un velero, no les puedo estar más agradecido. Al final de estas largas semanas, llegó el deseado “totalmente guarito” del doctor Ghiageddu y pude volver a navegar con normalidad.
Una vez embarcada la tripulación zarpábamos del molo Brin de Olbia. Mientras remontabamos, entre las mejilloneras, el largo canal de salida, explicaba la maniobra del barco a los nuevos tripulantes. Ya fuera, izabamos la mayor y poníamos proa a las bonitas y solitarias calas de la orilla sur del golfo de Olbia. En Porto Lucas o Porto Vitello hacíamos las primeras zambullidas del viaje, en las aguas turquesas, al pie de las grandes rocas de granito tan características de las costas de Cerdeña.
Al día siguiente, después de desayunar tranquilamente y darnos un baño, levantábamos el ancla y dejábamos a estribor los bajos que cierran la bahía. Navegábamos entonces hasta la enorme mole de la isla de Tavolara para fondear cerca de la pequeña lengua de arena, con cuatro casas mal contadas. Una de ellas es un restaurante, regentado por el último rey de la isla. Un lugar especial, casi mágico, muy querido, donde el turismo no ha dañado su carácter sencillo, tranquilo y acogedor. Hace unos años, rodamos con el equipo del Thalassa, un reportaje entrañable para TV3: El regne més petit del món
La siguiente etapa era casi siempre la más larga del viaje. Pasado el cabo Figari, navegábamos hacia el norte entre los islotes del golfo de Congianus y las olas provocadas por el paso incesante de los yates ridículos y estrafalarios de la Costa Smeralda. Superada la tontería, a primera hora de la tarde llegábamos a la Maddalena. En este archipiélago me gusta pasar la noche en Porto Palma, en la isla de Caprera, un fondeadero amplio y seguro con una de las mejores escuelas de vela del mundo. Después de pasar al día siguiente disfrutando de las bonitas calas de la zona íbamos a amarrar por la noche al pueblecito encantador y bullicioso, con un puerto pequeño y tronado. Una escala casi necesaria para darnos una ducha “como es debido”, llenar los depósitos de agua, comprar comida fresca y esparcirse un poco fuera del barco.
Frescos y duchados, habiendo desayunado unos cornettos recién hechos, atravesábamos el estrecho de Bonifacio hacia el norte, siempre con viento suficiente o mucho más que suficiente, para navegar a vela y disfrutar de verdad. Recalábamos en las islas de Razzoli, Budelli y Santa Maria, con unos anclajes espectaculares. Aquí hemos pasado algunas de las noches más bonitas del verano, cenando una fideuá o un arroz negro en la bañera bajo una impresionante bóveda de estrellas, sin mayor contaminación lumínica que las luces de tope de los veleros anclados.
Al día siguiente navegabamos rumbo a Córcega, hasta el parque natural de las islas Lavezzi. Unas islas bastante aisladas donde es difícil llegar cuando el mistral, señor indiscutible del estrecho de Bonifacio, sopla potente. Un grupo de rocas graníticas, desnudas, sin demasiada vegetación, con un paisaje casi lunar rodeado de aguas turquesas impresionantes y llenas de vida marina. Aunque hay demasiados barcos de chárter, muchos bajos traidores y no es fácil anclar en las pequeñas calas, intento ir siempre que puedo. Al atardecer, cuando se han marchado los turistas, me gusta pasear por los estrechos senderos y llegar hasta el cementerio de cala Lazarina donde están enterrados los restos de los tripulantes de la “Semillante” un transporte de tropas napoleónico que embarrancó en una terrible tormenta. Nadie sobrevivió y fue el naufragio más mortífero registrado en el Mediterráneo hasta el vergonzante hundimiento de una patera en el sur del Peloponeso, hace pocos años.
En el último viaje de agosto cruzamos hacia la banda de poniente del estrecho de Bonifacio en un largo tirón con viento y mar en contra hasta Castelsardo, una de las bases más queridas del velero Onas. Un pequeño puerto municipal, sencillo y sin pretensiones. Es un puerto seguro, con un personal cuidadoso y acogedor. Hay un supermercado y una lavandería al pie de los pantalanes y un pueblo auténtico al lado. No se puede pedir mucho más.
En el último viaje antes de iniciar las travesías de regreso a Palamós navegamos hasta el parque natural de la Asianra, una antigua isla-cárcel donde los asnos salvajes, las cabras y los jabalíes campan libremente y hay que realizar la excursión hasta la punta de las comunicaciones para gozar de una vista extraordinaria. Cruzamos hasta las aguas increíblemente claras de la Pelosa y recalamos en Stintino un bonito pueblecito con una gran tradición marinera.
Hemos encontrado unos días para dar una vuelta, también, por el interior de la isla, visitando algunos pueblos, nada turísticos ni llamativos pero muy auténticos. Hemos ido de excursión a las montañas del Gennargentu, hemos visto los murales de Orgosolo, hemos estado en nuraghes, las impresionantes fortificaciones megalíticas prehistóricas, hay miles. Hemos entrado en tumbas neolíticas y en iglesias románicas. Vale la pena, Cerdeña es mucho más que costa y playas. Es un país antiguo por el que han pasado todos los poderes, aventureros y conquistadores del Mediterráneo: fenicios, cartagineses, romanos, pisanos, catalanes, italianos… en general, sin demasiado interés más allá del puramente extractivo. Los sardos se han convertido en un pueblo sufrido y discreto, que ha sabido preservar su lengua, tradiciones y carácter.
A pesar de las dificultades, estoy muy contento de haber reanudado los grandes viajes. Después de unos años de navegar por las islas Baleares y la Costa Brava este año vuelvo a los destinos que hemos frecuentado durante los últimos treinta años, es la esencia de los viajes del velero Onas. A pesar del cansancio del final de temporada y la incertidumbre de la travesía de regreso a Palamós, con tiempo muy otoñal, me siento fuerte y satisfecho y ya voy perfilando los destinos para la próxima temporada… Sicilia?… Se agradecen las sugerencias.
Mucho ánimo. Un abrazo.
Buenos días Toni. Soy Cándido. He navegado contigo dos veces en el Onas. Hace bastantes años. Probablemente no me recuerdes. La última, en una vuelta a Menorca, fuimos tres compañeros juntos y nos presentabas como la DEA de bilbao.
El caso es que ando dando vueltas a la idea de navegar unos días con mis hijas, como una experiencia juntos. Tengo tres. De 18 y 16 años. Las de 16 son mellizas.
¿Por donde suele andar el Onas entre el 20 y el 30 de junio?
Saludos.
PD. Aunque no te escribo, a veces he leído tus escritos de bitácora. Y conservo una camiseta gris con el logo Veler-Onas.