¿Quieres hacer vacaciones en velero y estás harto de fondeaderos saturados, marinas ridículamente caras y costas domesticadas? Hay un pequeño archipiélago muy cercano a Sicilia casi ignorado por el turismo. Es una reserva natural, hay decenas de calas salvajes con aguas paradisíacas y los pueblos son auténticos y acogedores: son Las islas Egadi.

Hace muchos años que el velero Onas pasa a menudo por estas islas. Algunas veces para recalar tras la larga travesía desde Cerdeña, que repetiremos el mes de junio (enlace), otras veces para esperar pacientemente que calme el mistral para poder emprender la travesía de vuelta a casa. En las primeras recaladas teníamos prisa para continuar el periplo y estábamos más preocupados por obtener información meteorológica, comprar comestibles o simplemente descansar que para conocer las islas. Poco a poco, sin embargo, hemos descubierto cada isla, cada cala y cada colina. El verano de 2016 tuvimos tiempo de recorrerlas con calma, cada semana pasábamos cuatro o cinco días de travesía entre Trapani y Palermo.

Este año que celebramos los «25 años de viajes en velero» decidimos volver a nuestros lugares preferidos del Mediterráneo: Trapani y las islas Egadi (enlace) han sido de las primeras incorporaciones a la lista.

Trapani, en el extremo occidental de Sicilia, se levanta sobre una estrecha península rodeada de salinas y olivares, tiene un bonito centro histórico y un puerto natural codiciado sucesivamente desde hace miles de años por griegos, cartagineses, romanos, árabes, normandos, catalanes y borbones. Cerca de la bocana, en el barrio de los pescadores, está Columbus Yachting, una pequeña marina donde nos sentimos siempre bien acogidos por Gian Paolo que soluciona cualquier problema con la simpatía característica de los sicilianos y Nuno que hace unas estupendas sardinas a la brasa en el bar de la marina. ¿Que más se puede pedir?

A pocas millas, al oeste de Trapani, está el archipiélago de las islas Egadi formado por tres islas mayores: Favignana, Levanzo, Marétimo y un par de islotes deshabitados: Formia y Maraone. El mar que las rodea es una Reserva Marítima desde 1993 y es muy fácil divisar delfines, tortugas y muchas otras especies navegando entre las islas o haciendo snorkel en las calas de aguas sorprendentemente claras.

Empezamos el periplo por la isla de Favignana, la más cercana a Sicilia, fondeando en uno de los lugares más fotografiados: La Cala Rossa, una bahía de aguas absolutamente turquesas y transparentes, sobre un fondo de arena blanca. Toma el nombre de la sangre de los muertos y heridos en la decisiva batalla naval de Las Egadi en la que los romanos consiguieron por fin imponerse a los cartagineses. Solemos pasar la noche fondeados, pero está abierta al norte y a menudo es necesario marchar cuando entra el viento a media mañana. Si el viento es del norte vamos a las amplias calas del sur. Sólo hay que elegir el rincón que más nos guste y dejar caer el ancla sobre arena, evitando las frágiles praderas de posidonia. Después del baño podremos hacer un agradable paseo hasta el pueblo.

La historia de Favignana está ligada a la pesca del atún mediante la técnica de la almadraba, un complicadísimo arte de pesca consistente en un laberinto de redes calado en lugares de paso de atún. Este arte se utiliza en muchos lugares del Mediterráneo desde tiempos prerromanos, y muchos de los arraixos (capitanes de almadraba) fueron originarios de Benidorm.

A mediados del siglo XIX los Florio una familia Calabresa compraron las islas, las almadrabas, dieron un gran impulso económico a la zona y se hicieron inmensamente ricos. Hay que visitar las impresionantes instalaciones de la tonnara (almadraba) y la lujosa villa Florio.

Las almadrabas se dejaron de calar hace unos años pero aún podemos reconocer por las calles a los rais (capitánes de la almadraba) y a muchos pescadores retratados en todas las postales que aparecen clavando los arpones a enormes atunes en un mar de sangre.

Para nosotros ha sido un buen lugar para ver, en la pantalla gigante de la plaza, como el Barça ganaba la Juve en una final de la champions, comprar pescado o desayunar canolos en la plaza central del pueblo.

Ponemos proa a poniente para navegar las diez millas que nos separan de Marétimo, la isla más alta y remota de las Egadi ,y fondeamos a pie de la impresionante y salvaje península de Punta Troya al abrigo del mistral en un bonito fondo de arena . Vale la pena hacer la excursión hasta la fortaleza normanda o, si no hace demasiado calor, subir al Monte Falcone (686 m) para disfrutar de unas vistas espectaculares. Si lo preferimos, podemos amarrar en el pequeño puerto del pueblo o fondear en las calas del sur, vírgenes y solitarias. Lugares perfectos para disfrutar de la naturaleza, nadar y hacer snorkel.

Para terminar este recorrido por las islas Egadi navegamos hasta la pequeña isla de Levanzo, a menos de tres millas al norte de Favignana. Casi siempre amarramos a una de las boyas en el sur de la isla donde las aguas son tan claras que los barcos, cuando el sol está en el zenit, parecen levitar sobre el fondo de arena. Vamos a tierra para dar una vuelta, tomar un helado o un bianco al pequeñísimo pueblo de casas encaladas o damos un paseo. Vale la pena visitar la cueva del Genovese. Se pueden ver impresionantes pinturas rupestres del paleolítico superior (entre el 10000 y 6000 antes de Cristo) con representaciones de hombres y mujeres, escenas de caza, animales y peces, entre ellos el atún. Mientras, Ana, atiende a los guapísimos vigilantes de la reserva marítima.

Después de un baño matinal en una de las calas salvajes y desiertas de la costa Este continuamos el periplo hacia el norte, navegando casi siempre con vientos favorables, hasta doblar San Vito lo Capo, el extremo noroccidental de Sicilia. Es un puerto pesquero sobre un mar turquesa donde, en una ocasión, nos regalaron un pez espada que descargaban de una de las barcas. Mirones agradecidos, nos pareció poco elegante marchar inmediatamente y fuimos reprendidos y obligados a marchar a toda prisa. Los carabinieri podían llegar en cualquier momento y el pescado no cumplía la talla legal…..

Pasado San Vito entramos en el enorme golfo de Castellamare y a la reserva del Zingaro, un largo tramo de costa con muchas calas deshabitadas perfectas para darnos un chapuzón. Nuestra favorita es Scopello, entre el acantilado y los grandes bloques de piedra coronados por pitas y pinos sueltos. Hay una ermita sobre la roca, un varadero empedrado y las edificaciones para guardar las barcas de una antigua almadraba a pie de mar. Todo este conjunto forma un paisaje cálido y absolutamente mediterráneo de una gran belleza.

Por la tarde solemos entrar en el puerto de Castellamare, amarramos al pie de las murallas del pueblo colgado sobre la bahía y nos unimos a la ritual “passeggiata” de la tarde por anchas calles del centro. Un buen lugar para tomar un helado, probar la gastronomía Siciliana y llenar la “gambusa” (despensa).

Normalmente pido al ormeggiattore del puerto, un hombretón imponente con la voz ronca de «El Padrino», que nos organice visita a los restos arqueológicos de Segesta. Una vez me respondió: «Toni, questo e un favore …» y se hartó de reir.

Segesta fue una importante ciudad-estado de la Magna Grecia, construida sobre unos cerros con espléndidas vistas sobre la bahía. Podremos visitar el imponente templo dórico del siglo V antes de Cristo, uno de los templos helénicos mejor conservados del mundo y el teatro que tenía capacidad para 3000 espectadores. Cada verano se hacen representaciones de música, danza y teatro.

En las últimas etapas navegaremos hasta Palermo, una ciudad maravillosa, una de las preferidas de la tripulación del velero Onas. Amarraremos en La Cala, el puerto viejo del centro de la ciudad, iremos a pasear por las callejuelas, probaremos los mejores arancini, contemplaremos joyas arquitectónicas normandas o barrocas y disfrutaremos de la vivísima vida nocturna de la ciudad. Pero esta es otra historia…..