Cuando decidimos celebrar nuestros primeros veinticinco años de travesías y cursos en velero volviendo a los lugares que más amamos la isla más grande del Mediterráneo era un destino obligado. Durante todos estos años hemos hecho escala en ella a menudo, hemos recorrido todas sus costas, casi todos los puertos y fondeaderos. Hemos hecho amigos y siempre nos hemos sentido como en casa. La historia, el arte, la naturaleza, la gastronomía son potentisimos pero sobre todo nos atraen sus habitantes.

Los sicilianos han sido invadidos por cada potencia que ha pretendido dominar el Mediterráneo y han soportado siglos de gobiernos inoperantes y corruptos, particularmente los borbónicos. La plaga de la mafia, tal vez menos visible en la actualidad, está profundamente infiltrada en las estructuras sociales, económicas y de poder. Paradójicamente después de casi siglos en que la miseria obligó a muchos de sus habitantes a marchar cientos de emigrantes africanos mueren cada año en el mar intentando llegar a sus costas y el gobierno racista italiano, con el resto de los europeos solo ponemos vallas y policías. Ante todo esto los sicilianos sabios, pícaros, aparentemente indolentes, estoicos en definitiva, han desarrollado una admirable capacidad de supervivencia, resistencia y socarronería profundamente mediterráneas.

Este año hemos recorrido durante casi un mes la costa norte, desde las islas Egadi hasta las islas Eolias. Llegamos a Sicilia, desde la lejana Cerdeña, por Trapani y fue un gusto ver que Gian Paolo de Columbus Yachting, la pequeña marina bajo la madonneta en la que acostumbramos a amarrar, se acordaba, «comme no!», de nosotros y nos aprecia. Lo demostró con dos besos y una ayuda definitiva en una reparación pendiente que sin sus contactos habría sido casi imposible. Reencontramos, nos reconocen también, nuestra parada de fruta preferida, la furgoneta del salumi, el pequeño supermercado del barrio de pescadores y la tienda de los congelados… Nos gusta pasear entre los palacios decrepitos y centenarios de esta ciudad antigua y relajada, ver la puesta de sol desde las murallas del lungomare y pasarnos comiendo helados.

Una vez embarcada la nueva tripulación zarpamos para navegar en pequeños saltos entre las cercanas islas Egadi que siguen siendo tan poco visitadas por los guiris como siempre. Fondeamos al sur de Favignana, donde visitamos el pequeño pueblo, probamos los sabrosos canoli, canelones de hojaldre relleno de ricotta dulce y visitamos las impresionantes instalaciones de la almadraba que hicieron de los Florio una de las familias más ricas de Europa a principios del siglo XX. Nos zambullimos en las aguas turquesas de Cala Rotonda y ceñimos hacia la remota y abrupta isla de Maretimo para disfrutar de las aguas increíblemente claras en Conca y las vistas aéreas desde Punta Troia. Finalmente navegamos hasta la pequeña Levanzo donde el mar es tan transparente que las barcas del puerto parecen levitar sobre el fondo de arena blanca y visitamos las pinturas rupestres de la Cueva del Genovese. Para decepción de Ana, las autoridades del parque natural ya no obligan a amarrar en boyas, para proteger las praderas de posidonia, y no fuimos visitados por los guapísimos vigilantes de otros años.

Desde las islas Egadi enfilamos hacia San Vito lo Capo, el extremo noroccidental de Sicilia y entramos en el gran golfo para fondear en Scopello, una cala perfecta para un baño, disfrutar de las vistas y celebrar un boda, es uno de los rincones más bonitos y románticos de la isla. Finalmente fuimos a amarrar al pie de las murallas de Castellamare donde fuimos acogidos, con abrazos y besos por Benedetto, el gigante con la voz ronca del padrino que gestiona el pontile más simpático del pueblo. Además eran fiestas y tocaban unos dignísimos imitadores de Nirvana. Redondo.

En la última etapa de esta travesía nos tocó hacer un montón de bordos con mayor y trinqueta contra un levante persistente hasta doblar la imponente mole de Capo Gallo y recalar finalmente en la Cala, el puerto viejo de Palermo.

La capital de Sicilia es una escala habitual en las travesías del velero Onas, allí seguimos unas rutinas casi rituales: visitar a Maurizio en la Libreria del Mare, para repasar la lista de amigos y conocidos, comprar algún libro interesante o encargar una carta. Desgraciadamente este año ha tocado comentar, con tristeza, la desaparición de la última Librería Náutica de Barcelona, ¡qué vergüenza! Aprovecho también para ir a ver la sorprendente Annunziatta renacentista de Antonello de Messina, intento tener un rato para sentarme en la penumbra de la pequeña iglesia normanda de san Cataldo y comer los mejores Arancini, las bolas de arroz rellenas y rebozadas, cerca de Quattro Canti. Ana compra en las tiendas de los indios las ropas más frescas para la temporada y yo me pruebo sombreros. Tenemos ganas de que nos inviten a una boda para poder encargar ahí los vestidos más estrafalarios y relucientes. Por la noche vamos siempre a dar una vuelta y a tomar algo en el barrio de Vucciria que, aunque no ha perdido del todo su aspecto decadente y marginal, está de moda entre los jovenes alternativos y ya no es tan inquietante.

En Palermo hicimos un cambio de tripulación. Cambiamos un grupo de chicas jóvenes, de verdad o de espíritu, entre ellas mi hija que tiene que volver a para reincorporarse a la Escuela de vela donde hace de monitora de vela (¡joder! como pasa el tiempo) por un nuevo grupo, viejos conocidos que los que compartiríamos la travesía hasta las Islas Eolias.

Teníamos previsto costear hasta Cefalú pero, una vez fuera de la bahía de Palermo, se entabló viento de levante, contrario y se hizo evidente que no llegaríamos de día. Es un lugar del que no tenemos demasiado buenos recuerdos, el fondeo es precario, el puerto incómodo y caro, el pueblo es bonito pero lleno de turistas. Buscamos una alternativa más cercana en un tramo de costa que habíamos descuidado otras veces. Por las lacónicas informaciones del derrotero San Niccola la Arena parecía un puertecito suficientemente resguardado pero sin demasiado interés. Así es, un lugar pequeño, sencillo, con poco turismo. Tal como nos gusta. Volviendo de la passeggiatta hacia el velero nos topamos con una parada a pie de playa donde hacían pescado a la brasa; salmonetes, lloritos, sargos, gambas rojas… fresquísimos, mesas y sillas de plástico, ningún turista, manteles de papel, buen vino… ¡un descubrimiento!

Al día siguiente el mistral puso punto final a la ola de calor y nos empujó muy rápidos hacia Santa Agata con una fuerte marejada y cielo de otoño. Qué placer navegar con vientos favorables después de tantos días de ceñir. Al atardecer intentamos fondear al abrigo del gran espigón de Santa Agata pero estaban haciendo obras y no nos permitieron entrar. Continuamos, a toda prisa, hasta la nueva marina de Capo d’Orlando, un puerto inaccesible durante un montón de años por falta de fondo. Ahora han hecho una marina moderna, cómoda, enorme y fea. Sobre la cabeza de la simpática y jovencísima chica que me cobra en la oficina de la marina cuelga, cerca del crucifijo, la famosa foto de los jueces Falcone y Borselino, asesinados por la mafia. Últimamente la veo a menudo, en Palermo, en la cala, han hecho un mural gigantesco. No sé si es un signo verdadero de desafío cívico, ojalá, o simplemente han sido incorporados al santoral meridional como el padre Pio u otros personajes estrafolarios.

Zarpamos hacia las islas Eólias en un día radiante y fresco, con viento de mistral moderado y una ligera mar de fondo de recuerdo del frente frío que acababa de pasar. Avistamos pronto las islas como un grupo de conos recortados en el horizonte. Son todas volcanes y muchos están activos. De hecho unas pocas semanas antes de nuestra llegada el Stromboli había hecho una erupción más potente de lo habitual y murió un turista.

Hacia el mediodía recalamos en el Porto di Levante de Vulcano. Fondear en las islas Eolias es complicado, es difícil encontrar sitios con un fondo razonable para echar el ancla pero lo conocemos muy bien y pronto encontramos un rincón adecuado rodeados de un intenso olor a huevos podridos, por todas partes suben burbujas sulfurosas que rompen en la superficie para recordarnos que estamos sobre un volcán… A media tarde desembarcamos para hacer la ascensión al Vulcano, no es demasiado larga, una hora mal contada, pero es intensa y no hay una sola sombra. Es recomendable ir bien calzado, llevar sombrero y agua. El espectáculo del gran cráter, las fumarolas, las manchas de azufre de un intenso amarillo canario y las vistas panorámicas de las islas Eolias y el Etna es cautivador especialmente durante la puesta del sol.

De bajada costó un poco cumplir los encargos, hielo y pan, todas las tiendas estaban cerradas pero los simpáticos trabajadores del bar del puerto nos lo vendieron a buen precio. A bordo nos esperaba una buena ducha y una fantástica fideuá.

Al día siguiente cruzamos el estrecho canal para navegar hasta Lipari, la más grande de las islas del archipiélago, pasamos el día anclados al pie de la antiqsuísima cantera de piedra pómez con unos fondos de arena blanca especialmente claro y al anocher fuimos a tirar el hierro cerca de Marina Corta, debajo de las antiguas murallas de la acrópolis fortificada sucesivamente por griegos, romanos, árabes, normandos, catalanes y borbones. Nos gusta mucho pasear por las estrechas callejuelas del único pueblo un poco grande del archipiélago, bien conservado, señorial y tranquilo, especialmente si nos alejamos de las dos calles centrales llenas de tiendas y turistas.

Hay dos cosas que siempre he envidiado los cruceristas italianos: los albornoces y los braguetone (los pequeños slips que lucen sin vergüenza, estoy harto de los larguísimos bañadores que llevamos los hombres en mí país), adquirí un elegante albornoz antes de empezar la temporada pero no me atreví con el bañador. En una tienda de Lipari los tienen en oferta, de todos los colores y tallas… Incluso me atrevería a comprarlo blanco.

– Voglio il bianco, prego

-Per voi?… No, bianco no

-alora?

-Nero o blu…

Con un italianissimo braguetone, negro como una sotana, continuamos nuestro periplo, hacia el norte hasta la pequeña isla de Panarea, muy conocida últimamente entre los papanatas porque que algunos famosos pasan allí sus vacaciones de vez en cuando y está lleno de curiosos. Tiene un par de buenos fondeaderos y una vista espléndida del Stromboli. Una de las calas en las que acostumbramos a fondear tiene un nombre intrigante: Cala del Draut. El temido pirata Draut o Dragut (Turgut Reis en realidad) era un corsario turco y almirante otomano, lugarteniente y sucesor del famoso Barbaroja. Fue capturado por los genoveses y el bey de Túnez tuvo que entregar Tabarca para rescatarlo. Este mar es tan antiguo y hace tantos años que nos conocemos, nos zurramos y comerciamos, todo a la vez normalmente, que las historias están irremediablemente entrelazadas.

Esta vez no podremos subir a la cima del Stromboli a ver las impresionantes explosiones de lava, la actividad es demasiado potente y no está permitido acercarse más allá de la base. No importa, vale la pena ir para disfrutar del fondeo, hacer el paseo por el pequeño pueblo encalado, tomar un bianco en la plaza y disfrutar de las espectaculares vistas del volcán desde el fondeo.

A la mañana siguiente, con la cubierta negra de ceniza, pusimos proa a la estrecha península de Milazzo en la última y apacible singladura de esta travesía. Con estos viejos amigos, enamorados también de Sicilia, hemos conocido lugares que desconocíamos, nos han enseñado un secreto para que la pasta salga más buena y una variedad de vino siciliano que nos ha conquistado. ¡Gracias!

Una vez amarrados al pie de la fortaleza de Milazzo entramos en la espiral enloquecida de cada cambio de grupo: lavandería, limpieza, compra, gas … Para tenerlo todo listo para zarpar de nuevo. Con la nueva tripulación nos despedimos de Sicilia, navegamos de nuevo hacia las islas Eolias y, en la travesía nocturna del mar Tirreno meridional hasta la Costa Amalfitana y la bahía de Nápoles, disfrutamos del espectáculo excepcional de ver caer la lava del Stromboli por la Sciara di Fuoco, pero esta es otra historia.