Favignana, illes Egadi

Hace treinta años que inicié esta aventura de los viajes en velero. Con mucho más pelo, menos arrugas y un Northwind 40 recién comprado con la ayuda de mis padres, hice mi primer chárter. Fue la Regata de la Luna Llena de la Semana Santa de 1994.

Después de una primera temporada en las islas Baleares, Roser y yo zarpamos hacia el oeste, ávidos de vivencias que culminaron en unos años navegando por África, Brasil, Caribe, Antillas y Azores. Guardamos recuerdos imborrables. Destacan la larga estancia en Casablanca acogidos por el cónsul español, tras capear un temporal escalofriante. La llegada a Canarias, el descubrimiento del alisio y las largas singladuras con vientos favorables. Las escalas en Senegal y el río Gambia que remontamos muchas millas arriba. Naturalmente, la primera travesía del Atlántico, hasta Brasil en la que descubriremos las calmas ecuatoriales y los chubascos, terribles. El simpático aduanero francés en las islas de la Guyana y la llegada al Caribe en medio de una tormenta tropical.

Pasamos los siguientes veranos navegando de isla en isla en Trinidad y Venezuela, fuera de la zona de huracanes, haciendo chárter y fabricando pendientes con caracolas de colores que en invierno venderíamos a los turistas en las Antillas francesas. Vivíamos sin hacer planes, sin GPS ni nevera, marcando las posiciones de estima en cartas fotocopiadas y coloreadas a lápiz, encontrando normalísimos personajes inquietantes, verdaderos vagabundos del mar sin un lugar al que volver. Antes de convertirnos definitivamente en marcianos enfilamos hacia Europa recalando en el Peter’s Sport Cafe, el bar de nautas más auténtico del mundo, en las islas Azores, donde dejamos la primera de muchas pintadas.

Temporal en el goridos
Aigües Turqueses
Goridos

Vivíamos a bordo, amarrados a una Barcelona en resaca post olímpica, en inviernos yo trabajaba construyendo o restaurando veleros. Agotando la paciencia de los oficiales aprendí a laminar con resinas y fibra de vidrio, a controlar las soldaduras de los buques de hierro y trabajar la madera de los muebles interiores. Hacía también traslados de embarcaciones, sobre todo travesías del Atlántico de regreso a Europa. Acompañé a mi hermano, que ya llevaba muchos años navegando profesionalmente, en una parte de la vuelta al mundo del Aventurero III, un elegante velero clásico diseñado por el mítico German Frers.

En verano hacía chárter con el Goridos, primero en las islas Baleares, sobre todo en Menorca, acogido por Joan y pili, donde vivimos largas temporadas. Después, ensanchando las rutas hacia levante hasta Córcega, Cerdeña, Sicilia y los pequeños archipiélagos cercanos a la península italiana. Eran viajes largos, de hasta tres semanas, en los que íbamos y volvíamos de Maó porque los vuelos sólo de ida eran absurdamente caros y no se había inventado todavía el “Low Cost”.

Cabalgados en el cambio de siglo nacieron Bruna y Jan, el único hecho verdaderamente trascendente y el inicio de unas aventuras que todavía continúan, aunque ahora soy entusiasta espectador más que titular indiscutible.

migdiada a vela
Xoriço Costa Brava
Viatges en veler pel mediterrani

El mundo del chárter se fue haciendo más pijo y el querido Goridos empezó a quedar pequeño. Buscamos un digno sucesor, queríamos un barco de aluminio rápido, seguro, confortable, bonito… Justo antes de que su propietario lo restaurara y quedara fuera de nuestro alcance, encontramos el Onas, un impresionante German Frers de 15 metros, algo destartalado, que había dominado las regatas oceánicas desde el Club de Yates de Buenos Aires durante muchos años. Después de veinte años, puedo decir que Onas ha cumplido esas exigencias con creces. Con él disfruto navegando cada día, he cruzado muchas veces el océano Atlántico, he cruzado el Mediterráneo de punta a punta y ha sido mi hogar.

Una vez los hijos fueron lo suficientemente mayores para moverse por cubierta con cierta autonomía, retomé las travesías del Atlántico en chárter y la temporada de invierno en las pequeñas Antillas. He realizado decenas de travesías oceánicas y me encanta el día a día en el velero en una gran travesía. Cuando la tripulación ya está bien amarinada, acostumbrada al movimiento del barco, a la rutina de las guardias y las comidas regulares. Despegados de tierra hasta que, en unas semanas, aparece una isla en el horizonte. Casi diez años después de la primera estancia larga en el Caribe, el flamante internet y los teléfonos móviles hacían mucho más fácil el contacto con las agencias y tripulantes, a miles de kilómetros de distancia. Con mucha más experiencia, GPS, neveras, desalinizadora y pilotos automáticos era mucho más profesional y eficiente, pero sin duda, iba más de culo.

Las Navidades hacía chárter en las pequeñas Antillas desde Martinica, allí aprendí de los compañeros italianos a hacer la compra y la cocina, un rasgo diferencial de los viajes de Onas desde entonces. Después, hasta el verano, navegábamos en familia, de isla en isla por el Caribe, intentábamos dar clase por la mañana y pescar o visitar las islas por la tarde. Después de costear Venezuela, acogidos generosamente por los pescadores locales, y las Antillas holandesas donde acabamos de equipar a Onas, recalamos en el archipiélago de San Blas, o Kuna Yala, el país de los indios Kuna. Pasamos casi dos años, navegando y fondeando alrededor de las más de trescientas islas, que se extienden entre la larguísima barrera de coral y las impenetrables selvas del Darién. Un sitio auténtico, de verdad. Gobernado por las costumbres ancestrales de este pueblo, orgulloso y casi independiente del estado de Panamá. Sin tiendas, marinas ni otro sistema de comunicaciones que los cayucos a vela o con precarios motores fuera borda. Los kuna nos permitieron compartir su país, conocer alguna de sus costumbres y hacer chárter. No lo hacen con todo el mundo, les estamos muy agradecidos.

Al final de esta larga estancia, creo que la familia guarda un buen recuerdo, cruzamos el mar Caribe rumbo al norte. Ceñimos contra el alisio hasta Cuba, una escala inolvidable, y volvímos a cruzar el Atlántico norte hasta las islas Azores donde hicimos la temporada de verano navegando entre islas verdísimas, volcanes, vacas y hortensias. Avistando ballenas, haciendo excursiones a pie y disfrutando de la proverbial hospitalidad de los Azorianos.

Focs de Santa Anna, Costa Brava
Costa Brava spi
Palamós Costa Brava

Vueltos a Catalunya emprendí una larga reforma con la paciente ayuda de mi padre, ya jubilado, en l que desmontamos todo el acastillaje hasta el último tornillo, y pintamos buque y cubierta. En los siguientes años nos consolidamos como uno de los referentes del chárter en nuestro país.  Ana y yo hemos estado más de diez años proponiendo cada temporada un destino diferente. Hemos cruzado nuestro mar de cabo a rabo. La quilla de nuestro velero ha surcado, milla a milla, todas las costas del Mediterráneo septentrional y buena parte de la orilla sur. Una temporada tras otra, miles de tripulantes han compartido los viajes de Onas en travesías de una o dos semanas a Italia, Grecia y Croacia y durante los inviernos hemos ido modificando los interiores  para que fuera más cómodo y adecuados, hemos reformado o  actualizado la maniobra e instalamos un motor principal nuevo.

Durante estos años  me saqué los t´tulos de Ocean Yachtmaster y sailing Instructor de la RYA, la escuela de vela más prestigiosa del mundo y trabajé en equipos de regatas, como técnico primero y como jefe de equipo después, para las regatas oceánicas más importantes, como la Vendee Globe o la Barcelona World Race, pero ésta es otra historia.

pleguem la major Costa Brava
Cadaqués, Costa Brava
Sota el tendal

A principios de junio poníamos rumbo a levante. Algunas de las mejores travesías a vela las hemos hecho navegando hacia Cerdeña, con el viento de mistral soplando por la aleta o el través, el cielo radiante después del paso de un frente y el Onas devorando millas hasta l’Alguer, la ciudad medieval catalana o Carloforte, cruce milenario de las rutas mediterráneas. En Cerdeña, hemos echado el hierro frente a la ciudad púnico Romana de Tharros, hemos visitado las impresionantes nuraghes megalíticas y nadado en las aguas turquesas de las calas vírgenes del sur de la isla. Hemos cruzado el impresionante estrecho de Bonifacio, entre Córcega y Cerdeña, hacia las islas Toscanas. Desde Roma hemos navegado hacia las pequeñas islas de Ponza, donde parecía que se nos iba aparecer Sofía Loren y Ventotene, con el puerto más bonito del mundo, construido por los romanos. En la bahía de Nápoles hemos cenado en la Coricella, en la isla de Procida y visto los fuegos de Santa Ana anclados al pie del castillo aragonés de Ischia

Sicilia, en el centro geográfico del Mediterráneo es seguramente mi isla preferida y, también, una escalera inevitable del velero Onas. Hemos recorrido todas sus costas y ha sido nuestro destino principal muchas temporadas. La isla más grande y acogedora del Mediterráneo, tiene una historia, gastronomía y personalidad despampanantes. Me encuentro como en casa en Trapani, me encanta pasear por Palermo y navegar entre los volcanes activos en las islas Eólicas. Hemos negociado muchas veces el paso del estrecho de Messina y ceñido entre las encantadoras islas Egadi. Hemos recalado en la remota isla de Ústica y navegado al pie del Etna viendo cómo la lava casi llegaba al mar. También hemos navegado algunas veces hacia el sur, hasta Túnez, donde hemos escuchado los cantos del muecín desde los minaretes y paseado por las medinas y los bazares, tan diferentes y tan cercanos a la vez. Hemos anclado en la profunda bahía fortificada de la Valletta, en Malta. Pero, sobre todo, desde Sicilia hemos zarpado hacia levante, hacia Grecia o Croacia alternativamente, cada verano.

Hemos costeado todo el mar Adriático en diferentes campañas, con base en Zadar, Trogir y Dubrovnik. Hemos aprendido a navegar a vela por los estrechos canales entre cientos de islas, a pronunciar los nombres sin vocales ya prever los latigazos catabáticos del Bora, el viento del norte. Nos hemos subido a las fortificaciones venecianas y hemos disfrutado de la visita a la cueva del Dragón de Mljet. Lamentablemente, los croatas, parecen estar más entusiasmados en ordeñar la teta del turismo náutico que a preservar costas y costumbres. Me quedo con el recuerdo del juego de noche fantasmal con Ramón y todos nuestros niños, en la pequeña isla de Jakljan, la recalada matinal en Venecia, una excursión alocada a Sarajevo y las precarias, pero auténticas, escalas en Albania.

Alba
Trebaluger,  menorca
pesca costa Brava

Sin demasiadas dudas, uno de los destinos más queridos del velero Onas ha sido Grecia. Al mismo tiempo Mediterránea y oriental, vital y orgullosa, áspera y generosa, genuina e indómita. Cuna de la civilización es, como escribía Carles Riba un lugar al que no se va, siempre se vuelve.

Llegué por primera vez a principios de siglo y he vuelto regularmente. Hemos navegado hasta las islas Jónicas donde hemos andado por los olivares empinados de Itáca y hemos bailado en las fiestas populares de Cephalonia. Hemos cruzado el canal de Corinto hasta el Egeo, con un régimen de vientos muy distinto. Haciendo base a menudo en Zea, la base milenaria de la escuadra Ateniense, asistimos, atónitos, al rechazo en referéndum, bajo un intenso chantaje, al “rescate Europeo” y, con mis hijos, nos manifestamos por las calles de Atenas apoyando a Varufakis.

Hemos aprendido a respetar el Meltemi, el severo viento del norte, en las islas Cícladas, peladas y coronadas por pueblos encalados, hemos disfrutado de fantásticas recaladas en las islas del mar Sarónico, hemos llegado a Creta y hemos navegado alrededor de todo el Peloponeso pasando bajo los grandes cabos. Me gusta rememorar las largas travesías de vuelta, en pleno otoño, con Jose y Oriol, alternando temporales y recaladas imprevistas, viviendo aventuras insólitas de dimensiones casi homéricas.

Alba
Trebaluger,  menorca
Vathi

El porrazo del Covid-19 interrumpió el viaje más largo que habríamos hecho nunca por el Mediterráneo. Queríamos llegar a Estambul y conocer el norte del Egeo. Lo volveremos a intentar, seguramente antes que tarde. Por la incertidumbre posterior a la pandemia y el cuidado de los padres, en las últimas temporadas he preferido navegar por la Costa Brava y las islas Baleares. Me ha acompañado una tripulante de lujo: mi hija Bruna. Hemos disfrutado de una maravillosa complicidad y hemos reído mucho debajo de la mascarilla. Ahora es una fotoperiodista consolidada que vuelta por todo el mundo. Jan, el pequeño, ha venido también cada año a ayudarme cuando le dejaban las exigencias de una brillante carrera en el campo de la neurociencia. La alegría juvenil de sus grupos de amigos y amigas ha sido el bálsamo reparador de cada final de temporada. Mi madre se fue después de soportar, con alegría, una larga enfermedad. Nos enseñó lo que es amar y ha dejado un vacío atronador.

Aunque me gusta mucho mostrar la costa y el mar de mi país, quiero volver a cruzar el Mediterráneo y compartir con quien quiero y con los que queráis acompañarme estos lugares y experiencias formidables. Así pues, este año retomamos los viajes largos y zarparemos hacia Cerdeña, un lugar que quiero y conozco muy bien. Si Dios quiere el próximo año, iremos a Sicilia y el siguiente, espero, volveremos a Grecia. Por el momento, gracias. Muchas gracias a los que me han acompañado todos estos años.

Alba
Trebaluger,  menorca
pesca costa Brava