Desde finales de junio hasta principios de septiembre hemos estado navegando por las islas Jónicas, en Grecia. Es una zona que conocemos bien ya que ha sido nuestro destino de verano varias veces y es una escala frecuente en las rutas hacia el mar Egeo.
Este año hemos elegido la ciudad de Messolonghi como base para navegar en las islas Jónicas porque está a una distancia razonable de Atenas y es un puerto natural seguro con una marina con todos los servicios. En enero hicimos, previsores, la reserva de los amarres pero en junio encontramos la marina cerrada por un rifirrafe legal entre los propietarios… Con un palmo de narices hemos tenido que hacer los cambios de tripulación en el puerto público o fondeados.

Cada viaje salimos temprano el canal de salida de la gran laguna de Messolonghi, un paisaje casi asiático en el que es fácil ver tortugas marinas. Intentamos salir del golfo de Patras antes de mediodía y evitar toparnos con el viento térmico habitual. Una vez pasada la isla de Oxia, el escenario de la batalla de Lepanto, ceñimos hasta la gran y solitaria bahía de Petala para disfrutar del primer baño. Por la tarde vamos haciendo bordos entre las islas Echinades, con cuidado al pasar bajo las altas montañas del continente por los fuertes vientos catabáticos y llegar a Astakos, un pueblo tranquilo en el fondo de una profunda bahía donde es más fácil comprar una motosierra que un colchón hinchable con forma de unicornio o corte de sandía.

Al día siguiente nos dirigimos hacia la isla de Kástos si queremos dormir en una cala tranquila bajo los olivos o la vecina y alta Kalamos si preferimos ir a cenar en la taberna de en Yorgos y dormir amarrados. Aprovechamos la calma matinal habitual para hacer un baño en alguna de las pequeñas calas de la costa norte que, dicen, eran las preferidas de la Calas y Onassis.
Continuamos el viaje hasta Varko una pequeña bahía presidida por un roble centenario con un bonito fondo de arena blanca y aguas turquesas, virgen hasta hace poco, en el que han montado un animado chiringuito, nada molesto una vez superada la sorpresa inicial.
En los viajes de quince días hemos navegado hacia el norte hasta Corfú, una ciudad veneciana encantadora y cosmopolita pero llena de turistas y hemos disfrutado de los fondeaderos solitarios de la costa de barlovento de Paxos y Antipaxos si el tiempo lo permitía o los fondos increíblemente claros de la resguardada bahía de Lakka y el animado y popular puerto natural de Gaios.

Por una razón u otra casi siempre hemos encontrado una excusa para pasar una noche en la bahía de Vikho, en la isla de Levkas. El fondeadero más resguardado de las islas Jónicas, con fondos de barro para que el ancla agarre perfectamente, lo suficientemente grande para no tener que preocuparse por si habrá sitio, bastante auténtico para que no vengan los veleros de alquiler a dar por el saco y con un pueblo sencillo y acogedor para hacer las compras o pasar el rato bajo la parra. Si nunca me pierdo es posible que me encuentren aquí.
Después de pasar cerca de Skorpios para dar un vistazo, fue la isla privada del Onassis y la Kennedy, ponemos proa al sur hacia las altas islas de Cefalonia y Itaca. En el estrecho y largo canal entre las dos islas hay algunas de las calas más bonitas de las islas Jónicas con bosques de cipreses y acebuches hasta la orilla, pequeñas playas de guijarros blancos, una cabaña encalada con una parra y aguas transparentes para a disfrutar de los fondos marinos.

Siempre que hemos podido hemos ido a las fiestas de los pueblos donde jóvenes y mayores bailan en grandes círculos acompañados de una orquesta, rodeados de puestos de comida y bebida. Hemos podido disfrutar de las fiestas en Santa Eufemia en Cefalonia, donde una entusiasta tripulante del Onas salió disparada de un corro, en Kioni donde una no menos entusiasta tripulante se animó cantar un «Bésame mucho» bilingüe español-griego con el solista de la orquesta,en Perachori también en Itaca, un pueblo encaramado en la montaña del que tuvimos que bajar a pie bajo la luna de madrugada. En Astakos y en Aetolikó, en la bahía de Messolonghi, donde sólo bailaban los hombres vestidos con ropas tradicionales y armados con trabucos y puñales.

La última noche del viaje solemos pasarla a Itaca, la mítica patria de Odiseo, fondeados en la pequeña y estrecha cala de Sarakiniko desde donde se puede hacer una agradable excursión hasta el pueblo de Vathi antes de saborear la deliciosa fideuá de Ana a bordo.
Finalmente al día siguiente por la mañana ponemos proa a levante rumbo a Messolonghi con vientos a favor casi siempre y un último baño en las profundas aguas de la isla de Oxia si el tiempo lo permite …
Las islas Jónicas se han convertido en un destino popular de la navegación de crucero pero, como siempre, hemos podido hacer nuestra ruta disfrutando de fondeaderos tranquilos, puertos auténticos aprovechar el régimen estable de vientos para navegar a vela y divertirnos avanzando los otros veleros. Gracias a todos los tripulantes del Onas que un año más, ¡y ya van 25!, nos has ayudado a hacer que cada viaje fuera diferente y especial.

La falta de una marina con todos los servicios ha sido un contratiempo pero queremos agradecer especialmente el buen humor, la empatía y la paciencia con nuestro griego rudimentario de Kostas de la lavandería, de todo el personal del bar de los abuelos, nuestra «oficina provisional», del cafe «al Vento» por dejarnos cargar agua de su cocina, de Vasiris por venir puntual con su camión cisterna a llenar gasóleo, de la tripulación del remolcador Capitan Michalis, de los chicos de la parada de fruta del centro que nos acompañan de vuelta al puerto en moto cargados con toda la compra y la familia que regenta el períptero del puerto por proveernos con tanta paciencia de botellas de agua congelada que tanto han ayudado a mantener baja la temperatura de la nevera. Como siempre en este país nos habeís hecho sentir como en casa. Efaristó!!

Imágenes de Pedro García y Veler Onas