Después de unas vacaciones bien merecidas y de un verano muy caluroso hemos vuelto todas y todos a la temida rutina. Miramos atrás hacia el mes de agosto y parece que ya haya pasado medio año, pero desgraciadamente, han pasado sólo tres meses. Esta semana, después de temporales y fuertes chubascos que han dejado los países catalanes llenos de agua hasta el próximo año, ha vuelto el verano. Bueno, no el verano de las vacaciones pero por lo menos el veranillo de San Martín; una semana de sol y buenas temperaturas antes de que llegue el frío del Invierno. Esta semana de tregua (como mínimo meteorológica) me ha hecho recordar los rincones que he ido descubriendo durante mis estancias de verano en el Velero Onas en el país de la pasta.

Uno de los mejores recuerdos es una tarde que pasamos saltando del único pantalán de la isla de Tavolara, en el noreste de Cerdeña. El sol se estaba a punto de ponerse, había esa luz tan mágica de última hora del día. Es una luz muy especial que sólo la tiene el verano en las puestas de sol, todos los colores se transforman en un tono anaranjado.
Salimos del agua y nos pusimos a correr por la playa como si volviéramos a tener 10 años. Corrimos por pantalán, nos dimos las manos y saltamos. En ese momento pasaba una barquita de pescadores. Tengo este recuerdo tatuado en la memoria como uno de los mejores del verano. Libertad, sol y mar.

Muy cerca de Tavolara, en Porto San Paolo recuerdo haber comido los mejores Spagetti alle vongole, espaguetis con almejas en castellano. Oh! Qué espaguetis!! Volvíamos de hacer «la compra». Digo la compra porque es la única que hacíamos, como mínimo de comida, durante una o dos semanas. Después de hacer tres viajes con zodiac para llevar las bolsas al barco, teníamos los dedos hinchados del calor y ya no podíamos más. Decidimos ir a comer a alguno de los pequeños restaurantes que había en la playa. Entramos en lo único que encontramos abierto, era pequeño y hacía mucho olor de comida. Parecía sacado de una película, los toldos eran blancos con líneas azules. Las sillas y las mesas iban a conjunto. Era pintoresco rayando la horterada.

Me miré y remiré la carta pero tenía tanta hambre que todo me parecía muy bueno, finalmente me recomendaron los spaghetti alle vongole. Nos llevaron una fuente que parecía que tuviéramos que alimentar a medio regimiento hambriento. De hecho, lo éramos. Creo que nunca he vuelto a comer unos espaguetis tan buenos!

Otro de los buenos recuerdos que tengo de aquel verano son las largas y en ocasiones cortas navegadas entre las islas y el continente. Recuerdo sentarme en la proa, mirar el agua y hacer volar la mente. Es una sensación muy extraña. Miras la inmensidad del mar y del cielo y llega un momento que parece que se junten y que el mundo se haya terminado. Para mí navegar es pensar. Pensar y reflexionar sobre la vida. Notas el sol que te calienta la piel y, con el ruido de las velas y la espuma que hacen las olas cuando rompen el agua, te transportas a otra dimensión. Te olvidas de donde vienes. Con el grito de alguien o el ruido del motor despiertas de este sueño y vuelves a aterrizar en la realidad.