Rumb a Niça

Concluidas las últimas travesías de verano por el estrecho de Bonifacio, nos encontramos en Castelsardo, en el norte de Cerdeña, la tripulación con la que haríamos la travesía de vuelta hacia Palamós. Éramos un grupo de navegantes veteranos y experimentados, con muchas ganas de emprender largas singladuras.

Este último verano ha sido, meteorológicamente, bastante normal. A mediados de septiembre ya teníamos un tiempo típicamente otoñal y, por tanto, inestable. Aunque nuestra intención inicial era navegar por la agreste costa oeste de Córcega, pronto vimos que habría que buscar alternativas más adecuadas. Había amainado ya el fortísimo temporal de mistral, pero quedaba un mar considerable, el viento del noroeste persistiría aún unos días más, hasta que se estableciera un potente flujo de levante con los aguaceros y tormentas que le son habituales. Decidimos, pues, que la mejor opción era cruzar el estrecho de Bonifacio hacia el este, remontar Córcega por sotavento y plantarnos, lo antes posible, en las islas Toscanas. Desde la isla de Elba podríamos cruzar con vientos favorables hasta la Costa Azul y aprovechar más eficazmente las ventanas meteorológicas.

L'horror urbanístic de Mònaco
L'Onas a San Remo
Sopar a San Remo

Así pues, después de una cena de despedida en el casco antiguo de Castelsardo y con gasóleo, agua y comida para bastantes días, zarpamos por la mañana hacia “las bocas”. A medida que nos acercábamos, trasluchada a trasluchada, al gran embudo natural entre las islas de Córcega y Cerdeña, el viento fue refrescando y el mar creciendo. Hacia el mediodía, con fuerte marejada, un rizo en la mayor y el génova ligeramente enrollado, nos colocamos a sotavento de las islas Lavezzi. A partir de ese momento, y hasta la madrugada, navegamos bajo las altas montañas de la isla. Surcábamos veloces el mar, llana como un plato, ligeramente escorados a estribor y con el viento de mistral por el través que nos permitía navegar a más de nueve nudos de velocidad… una pura delicia.

Después de cenar cómodamente establecimos las guardias nocturnas, que se fueron sucediendo sin obstáculos. Pendientes del rumbo y del viento, de trimar las velas y del tráfico marítimo que se fue intensificando. De madrugada, cerca de la isla de Montecristo, el viento roló a gregal, en contra, y tocó ceñir. Nos fuimos acercando bordada a bordada al alta y boscosa isla de Elba. Hacia mediodía doblamos, a motor y casi en calma, el cabo de la Vita y recalamos en Portoferraio, el puerto fortificado construido por Cosimo de Medici al pie de la pequeña ciudad, típicamente toscana.

Todo había ido tal y como estaba previsto, o incluso mejor. Estoy acostumbrado a gestionar situaciones inesperadas, tengo siempre a punto planes alternativos y, por tanto, no me desespero si no se cumplen las previsiones meteorológicas, pero me maravilla cuando aciertan. Mucho. Habíamos aprovechado la primera ventana meteorológica. Bravo. Si bien es verdad que no habíamos hecho muchas millas en la dirección de nuestro destino final, estábamos mucho mejor posicionados para aprovechar el flujo meteorológico de levante que se acababa de establecer.

Pasamos dos días en la Isla de Elba. Dejando pasar las lluvias, las tormentas y los chubascos violentos. Descansando y haciendo de turistas. Vale la pena, sobre todo fuera de temporada. Portoferraio es una pequeña ciudad amurallada con grandes casales de colores terrosos, contraventanas verdes y tejas rojas que caen en ligera pendiente sobre el saco del puerto. La isla es alta y montañosa con bosques frondosos de encinas y robles, con pequeños pueblos de interior bastante auténticos, antiguas minas de hierro y una costa suficientemente conservada

Travessa a Còrsega
Rumb a Capraia
Capraia

Pasado el mal tiempo zarpamos rumbo al nornoroeste con viento suficiente para navegar a vela y una marejadilla, más molesta que incómoda. La previsión no era demasiado clara, íbamos orzando porque me parecía que a medida que ganáramos latitud tendríamos más viento y sería más favorable. No fue así, hartos de ceñir le di la razón a Carles, pusimos proa a Niza y soltamos escotas. El Onas, contento, aceleró y disfrutamos de las últimas luces del día sobre la abrupta y lejana costa de Córcega en el lado de babor, la puesta de sol en la proa y la salida de la luna llena por la popa. ¡Todo un espectáculo! De madrugada el viento empezó a refrescar, pero, por suerte, se mantuvo al través o, incluso, se alargó un poco. Al amanecer, por la popa, claro, ya llevábamos ropa de agua, la mayor reducida con dos rizos, habíamos enrollado el génova e izado la trinqueta. Cabalgábamos rapidísimos sobre la fuerte marejada con la costa Azul a pocas millas de nuestro estribor. Guai, muy guay.

Al día siguiente, a primera hora, teníamos que embarcar a un nuevo tripulante en Niza, pero, sorprendentemente, todos los puertos de los alrededores estaban completos, todos “desoleés”, pero no podían acogernos. Fondeamos a sotavento del cabo de Antibes, cerca de Cannes, donde estábamos cómodos y seguros, pero algo preocupados por la logística del embarque. Quedaban todavía un par de días más de vientos favorables y queríamos aprovecharlos al máximo.

Albert es un hombre eficiente. Salió del aeropuerto y cogió tres transportes públicos para llegar al lugar de encuentro cuando todavía estábamos desayunando. Tuvimos que dejar los cafés y levantar el ancla a toda prisa para ir a recogerlo. Pocos minutos más tarde teníamos la mayor izada, con un rizo, el génova desarrollado y esquivábamos los superyates anclados a la bahía. Fuera continuaban las condiciones del día anterior. Con el viento del NNE de fuerza 6 en la aleta volamos hacia el sur. Dejamos atrás St Tropez y, por la tarde, enfilamos el canal entre la costa y las islas Hyères y recalamos en Porquerolles, contentos y satisfechos y bastante cerca de Toulon a donde queríamos llegar antes de que cambiara el tiempo.

cenyint cap a Elba
Porto ferraio, Elba
Alba amb trinqueta

Después del desayuno enfilamos el paso entre la “casi isla” de Hyères y Porquerolles con el viento todavía en la popa y el cielo bien nublado. Con un par de trasluchadas nos plantamos en la gran rada de Toulon poco antes de que el viento rolara a poniente y empezara a llover. Tolulon es una antigua ciudad provenzal, un gran puerto natural que aloja de la escuadra francesa desde los tiempos de Luis XV. Hoy en día es la mayor base naval de Europa. Tampoco había sitio para amarrar, pero en Saint Mandrier, al sur de la bahía, nos respondieron con un acogedor “venid, ya os encontraremos un sitio” en vez del antipático “desoleé” habitual. ¡Qué descubrimiento!! El pequeño puerto es una bonita cala rodeada de un pueblecito agradable. Las barcas que hacen el transporte urbano de la bahía paran cada cinco minutos, hay un mercado del pescado,» boulangerie» y supermercado, es más que suficiente. Aprovechamos los dos días de mal tiempo para descansar y visitar Tolulon No es una escala habitual, pero nos gustó el paseo por el centro histórico, tronado, y la visita al museo naval, muy interesante y pretencioso.

Para los siguientes días esperábamos lluvias y vientos muy variables que debían terminar en una potente y persistente entrada de mistral precedida de un fugaz, pero intenso, episodio de viento del sur. Tuve muy claro que había que estar en el golfo de León antes del surazoy llegar a Sète antes de que se desencadenara el viento del norte. Tuvimos que hacer la etapa hasta Marsella bajo una intensa lluvia, con muy poca visibilidad, compensada por la siempre impresionante entrada al Vieux Port y una fantástica bullabesa. Envidio el puerto viejo de Marsella, tan parecido al de Barcelona y tan distinto. Ellos han logrado que sea un bullicioso paseo abierto a la ciudad donde amarran miles de embarcaciones locales de todos los tamaños y estilos. Nosotros lo hemos cerrado y para uso exclusivo de ricachones globales y sus megayates estrafalarios con bandera de conveniencia… y, claro, los marselleses no tendrán la Copa América, esta regata les suda la patata.

Zarpamos de madrugada hacia Sète. Navegamos en una noche oscura primero, bajo un cielo gris y espeso después, con viento del sur irregular pero suficiente para navegar a vela buena parte del trayecto. Por la mañana picaron tres albacoras, a la vez. Desenredar las líneas de pesca nos tuvo entretenidos hasta el mediodía y digerirlas casi toda la tarde. ¡Qué buenas! A última hora recalamos en el pequeño puerto deportivo de Sête. También estaban llenos (¿qué les ocurre en los puertos franceses en septiembre?) pero la gerente, que nos conoce, nos dejó abarloarnos a su oficina. ¡Qué simpática!, ¡qué guapa!!, gracias!!! Dimos una vuelta por Sète, una ciudad que me encanta, pero estábamos cansados, era domingo y no había demasiado ambiente. Volvimos pronto a bordo.

L'Onas a Portivechju, Còrsega
Spinnaker
Onas a Lavezzi

El lunes, poco después de pasar la cabo de Agde, entró el mistral como un latigazo. Aunque lo anunciaban las características nubes en forma de lenteja y el color del cielo casi metálico por la banda de barlovento, no esperábamos una entrada tan violenta. Ningún problema, tomamos un rizo y sustituimos el génova por la trinqueta. Navegando tan cerca de la costa no se levantaba nada de mar y pronto negociamos el paso complicado, por el calado del Onas, de entrada al lago de Grissan. Una pequeña y hermosa población al pie de la torre medieval imponente. Vale la pena subir, la vista del mar y los estanques, característicos del golfo del León, a la hora de la puesta de sol es sorprendente.

Al día siguiente, pusimos proa al cabo de Creus con las primeras luces de día. Queríamos estar en el «Mar d’Avall» lo antes posible, ya que las previsiones meteorológicas oficiales daban avisos de temporal de NW para el Empordà y el Rosselló a partir de mediodía. Toda la mañana navegamos con viento moderado que nos impulsaba amable por la aleta de estribor y disfrutamos de la excelente visibilidad del tiempo de mistral. Podíamos distinguir perfectamente el Canigó, las cimas de la Albera y el Cap Bear, pronto tuvimos Salses a través, ya estábamos en la patria!! A menos de una milla al norte del cabo de Creus el mistral adquirió fuerza de temporal. Sin sorpresas, estábamos preparados y poco más tarde fondeábamos en el marco incomparable de la bahía de Cadaqués. Felices, exultantes, bajamos a dar una vuelta por el pueblo más bonito y esnob de la costa catalana y cenamos en un lugar agradable donde no nos maltrataron. Todo un éxito.

En la última etapa del viaje hicimos la fardada de salir a vela del fondeadero en pleno temporal. Con dos rizos en la mayor y algo de génova cruzamos la bahía de Roses con un par de trasluchadas. Dejamos las islas Medes por el babor y el viento amainó al sur del cabo de San Sebastián, tal y como debe ser. Al final, recalamos en Palamós.

Da Tonino
Tavolara
Spinnaker

Ha sido una buena travesía, creo que podemos estar orgullosos. Como es habitual en esta época del año, la meteorología ha sido compleja, pero hemos sabido aprovechar las oportunidades para navegar casi siempre a vela, muy rápidos, en largas singladuras. También, hemos sido prudentes para evitar situaciones desagradables y audaces o sufridos cuando ha sido necesario. Hemos disfrutado de las escalas, las previstas y las  imprevistas, tanto como de las navegaciones y, sobre todo, hemos convivido en buena armonía, gente distinta que, en algunos casos, casi no nos conocíamos. Muchas gracias, compañeros.

El Onas y yo no estaremos muchos días amarrados. En octubre y noviembre todavía navegaremos algunas semanas más con los jóvenes odiseos y saldremos algunos fines de semana por la Costa Brava, si el tiempo lo permite. Después, haremos la parada habitual para realizar el mantenimiento y preparar las salidas y cursos para este invierno y primavera y la próxima campaña de verano, que seguramente nos llevará a Sicilia. Espero tenerlo pronto colgado en la web. Ya hablaremos de ello.

Da Tonino
Temporal a castelsardo
Tavolara