Después de dos meses largos navegando de Barcelona al Alguer, la travesía de Cerdeña a Sicilia, los cruceros por la costa norte de Sicilia y el mar Tirreno, a comienzos de agosto estábamos amarrados en el puerto viejo de Bastia, una pequeña ciudad en el noreste de Córcega, antigua, anticuada y agradable, esperando una nueva tripulación con la que emprenderíamos el siguiente periplo hacia el estrecho de Bonifacio y el norte de Cerdeña. Ya teníamos listas las tareas habituales de cada cambio de grupo y aprovechamos el día regalado por Vueling para ir en tren hasta Corte a contemplar las impresionantes vistas del nido de águila fortificado en las montañas más altas de la isla, visitar el Museo de la que fue efímera capital de Córcega independiente y refrescarnos en las pozas solitarios que rodean el pueblo.
Una vez embarcada la nueva tripulación y estibadas, con dificultad, las maletas rígidas navegamos un par de días recorriendo tranquilamente las playas desiertas al pie de las altas montañas de la costa de levante hasta Porto Vecchio, una profunda bahía al pie de la ciudad amurallada que nos regaló unos fuegos artificiales espectaculares pero que estallaron demasiado cerca, aún queda una marca en la cubierta del Onas … Teníamos intención de pasar los siguientes días en las islas e islotes cercanos a Bonifacio antes de atravesar hacia Cerdeña pero la mistralada, señora indiscutible del estrecho, nos obligó a cambiar de planes. Con la previsión meteorológica bien estudiada zarpamos de Porto Vecchio antes de que el temporal adquiriera plena potencia y cruzamos el estrecho de Bonifacio con vientos de hasta fuerza 7 navegando a más de nueve nudos de velocidad, con un rizo en la vela mayor y trinqueta, bien atentos a las cartas náuticas para evitar los escollos y buscar cobijo a sotavento del archipiélago de la Maddalena, muy cercano a Cerdeña. Pasamos el temporal en Cannigione, uno de los fondeaderos más seguros de la zona, donde pudimos descansar y cenar en la Tavola Azzurra, uno de los chiringuitos más concurridos y simpáticos del pueblo. En verano los temporales son poco frecuentes en el Mediterráneo pero, gestionados con prudencia, nos ayudan a valorar, aún más, el buen tiempo habitual.
Terminado el trance, pusimos proa al sur para doblar Capo Ferro y pasar de largo rápidamente la famosa y exclusiva Costa Esmeralda, muy útil para concentrar embarcaciones ridículas y armadores exhibicionistas y dejar el resto de la isla para ser disfrutada con normalidad. Ya de lejos divisamos la colina imponente de la isla de Tavolara, un lugar especial y muy querido por la tripulación del velero Onas donde ayudamos a rodar el capítulo de la serie de televisión Thalassa «El reino más pequeño del Mundo». Nos acercamos poco a poco hasta fondear en la bahía de Tavernes y disfrutar de las últimas luces del día tomando un Aperol Spritz en armonía. Al día siguiente desembarcamos en la isla, llena de visitantes, para tomar una cerveza a la sombra en el ambiente bullicioso y relajado del embarcadero, pasear por la arena, tan blanca que hace cerrar los ojos y visitar el pequeño cementerio. Por la tarde emprendimos la última singladura del viaje hasta Olbia navegando a toda vela y maniobrando como una tripulación coordinada y bien entrenada entre otros veleros que intentaron, infructuosamente, aguantarnos el ritmo … un día perfecto!
Olbia fue nuestra base para navegar hacia el estrecho de Bonifacio las siguientes semanas. Es una pequeña ciudad en la costa nororiental de Cerdeña al fondo de un gran puerto natural. Es un buen lugar para hacer cambios de tripulación, ya que tiene aeropuerto internacional, todos los servicios necesarios y muchas opciones para amarrar o fondear con seguridad. El mejor lugar, sin embargo, es el Circolo Nautico, un pequeño club agradable y muy cercano al centro. En plena temporada es difícil encontrar sitio pero nos conocen y tratan de buscarno un amarre siempre que pueden. Este es también un buen lugar desde el que explorar el interior de la isla, muy auténtico y desconocido. Vale la pena visitar alguno de los impresionantes Nuraghi, las fortificaciones megalíticas prehistóricas características de Cerdeña o los pueblos de montaña donde se puede degustar la mejor cocina sarda.
Una vez hechas las explicaciones de seguridad, maniobra y vida a bordo necesarias enfilamos el largo canal balizado para navegar entre las muscleras que llenan los bordes de la estrecha bahía y salir a mar abierto donde izamos las velas y pusimos proa a Cala Moresca. Este lugar que me gusta mucho, justo al sur del Cap Figari, entre la tierra firme y el islote de Figarol. En temporada, suele estar bastante lleno durante el día pero pocas embarcaciones se quedan a pasar la noche. Además de disfrutar de las aguas turquesas y de la playa hay que hacer la excursión al pequeño «cementerio de los ingleses», cerca de Cala Greca, donde hay enterradas las víctimas de algunos naufragios y, si no hacemos mucho ruido, al atardecer podremos ver como los jabalíes bajan a la playa.
En esta zona no suele faltar el viento y después de desayunar izamos la vela mayor y la trinqueta para navegar ceñendo contra el viento de gregal y una marejada suficientemente formada. Dejamos atrás Cap Figari con un par de bordos y, con el esperado role del viento, pudimos remontar la costa directamente hasta llegar de nuevo al archipiélago de la Maddalena con la tripulación desesperada por zambullirse. Fueron varias horas de maniobras pesadas pero había que dejar atrás el colapso de la Costa Smeralda y encontrar un fondeadero adecuado para pasar la noche. Elegimos Porto Palma, en el sur de Caprera donde hay espacio para fondear una flota entera, fondo adecuado y poquísimas edificaciones. Podríamos haber ido a Stagnali, un lugar salvaje y solitario, mi fondeadero preferido en esta zona, donde a menudo no hay ninguna embarcación incluso en pleno agosto porque la entrada es muy difícil pero el agua es un poco turbia y no suele agradar a los bañistas.
Al día siguiente levantamos el hierro y enfilamos el paso entre la Maddalena y Cerdeña haciendo trasluchadas bajo la famosa roca del Oso entre motoras navegando a toda máquina para llegar hacia el mediodía al impresionante fondeadero virgen entre las islas de Santa María, Razzoli y Budelli donde se puede fondear prácticamente al abrigo de todos los vientos entre cientos o miles de embarcaciones de todos los tipos y tamaños, darse un chapuzón en la famosa Playa Rosa o ir de excursión hasta el faro. Si nos parece que está demasiado lleno podemos continuar hasta Lavezzi, otro fondeadero virgen, con grandes rocas graníticas, aguas turquesas, arena blanca y aún más barcos que el anterior. Son lugares que vale la pena visitar pero hay, también, cientos de fondeaderos mucho más tranquilos y tanto o más atractivos. A menudo continuamos hasta divisar las grandes rocas redondeadas del Capo Testa, el extremo septentrional de Cerdeña, donde se puede encontrar protección de los vientos más habituales y mucho espacio para tirar el hierro y disfrutar del agua y la playa con tranquilidad.
En la siguiente etapa solíamos navegar hasta Castelsardo, una base habitual y muy querida para el velero Onas. Es un pequeño puerto municipal lejos del bullicio del estrecho de Bonifacio donde hay casi siempre lugar para amarrar y los precios son razonables. Además, hay un supermercado y una lavandería a pie mismo de pantalán, no se puede pedir mucho más. Una vez duchados vale la pena subir al pueblo que está en una colina sobre el mar y fue fortificado sucesivamente por genoveses y catalanes.
En la última travesía del estrecho nos despedimos, ¡hasta el año que viene! de los marineros y la encargada de la gasolinera con besos, abrazos y unas botellas de patxarán de las que hace el Ana con los arañones que recogemos en el Pallars en otoño. Pusimos rumbo a la isla de la Assinara, ciñendo al viento de mistral y contra unas olas que fueron desapareciendo a medida que nos acercábamos a la isla. Esta isla fue durante muchos años una prisión de máxima seguridad, hoy es un parque natural donde burros salvajes endémicos, cabras y jabalíes campan libremente sin que nadie les moleste. Amarramos en una de las boyas del parque en Cala de Oliva sobre unas aguas turquesas y transparentes. Es nuestro fondeadero preferido, cerca del pueblo encalado que en realidad eran las residencias de los funcionarios penitenciarios y sus familias. Es también el mejor punto de partida para hacer la excursión hasta el pico de las antenas, una vuelta a pie de unas cuatro horas en que fuimos topándonos sucesivamente con cabras, asnos y jabalíes poco acostumbrados a ver gente y disfrutamos de la espectacular vista desde el punto más alto de la isla.
Después del baño en las cristalinas aguas de la playa de la Pelosa fuimos a Stintino, el lugar donde reubicaron a los habitantes del Assinara cuando la isla fue convertida en presidio a finales del siglo XIX. Es un pueblo tranquilo y agradable donde hay una gran afición a la vela latina. Llegamos para la fiestas de la Virgen de la Batalla, patrona del pueblo, vimos pasar la procesión marinera, con obispo y todo, y disfrutamos de unos bonitos fuegos artificiales.
Al día siguiente, zarpamos hacia el paso de Fornelli que separa Asinara de Cerdeña. Es un paso complicado en el que hay que seguir una doble enfilación, primero por proa y luego por popa, para encontrar profundidades de al menos tres metros. Lo hemos pasado muchas veces pero siempre con una cierta tensión, hay que hacerlo bien concentrados y con un estricto control de la navegación si no se quiere terminar embarrancando en las piedras. Una vez superado el paso volvimos a encontrarnos con la marejada y el viento de mistral, favorables, que nos permitieron navegar muy rápidos hasta doblar, por la tarde, los impresionantes acantilados del Capde la Caça y entrar en la gran bahía del puerto del Conte donde fondeamos bien resguardados de los vientos del norte para pasar la noche y disfrutar de una fantástica fideuá a bordo.
En la última singladura de esta travesía fuimos a fondear en cala de la Bombarda, de arena clarísima, aguas turquesas para comer y por la tarde amarramos finalmente al pie de las murallas de Alghero la ciudad catalana de Cerdeña. Disfrutamos, además del habitual paseo por la ciudad vieja, del recital de poesía «Apalabrado la vida» de la actriz Sivia Bel acompañada por los flamencos Juan Manuel Galeas y Cia con motivo de la celebración del Día Nacional de Cataluña en los jardines de villa Mosca. ¡Libertad Presos políticos y exiliados!